Ahora vivo en un departamento en el movido distrito sanisidrense, exactamente en el piso 15. Desde la ventana de mi habitación se puede observar perfectamente, si es que el cielo está despejado, la torre del edificio más alto de nuestro país: el hotel Westin Libertador. Ésta torre se muestra esbelta como un maniquí de haute couture y erguida como los soldados ingleses que no se mueven nunca.
También puedo ver los techos polvorientos de las casas contiguas a la mía, con gatos cortejándose como si fueran púberes enamorados. Además, a menudo me fijo en las personas que pasan por debajo de mi ventana y me siento como un titiritero que no tiene control sobre sus muñecos.
El sol brilla fuerte en esta época del año y no puedo evitar fijarme en un llamativo anunció de Telefónica. Por un instante soy feliz.
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